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Sin miedo a keynes



Sin miedo a Keynes y la infraestructura humana.

La pregunta sobre qué hacer frente a la crisis generada por la Pandemia que ha dejado cifras desbastadoras para las economías de la región, debería estar en el centro de la mesa. No solo como un tema de especialistas en la política o la economía, sino en la de millones de ciudadanos para evitar que esta crisis se enfrente con una mirada técnica y no humana. En la medida en que esta discusión salga del ámbito de los especialistas y se vuelva un tema ciudadano, habrá mayores posibilidades de encontrar una salida menos elitista y más incluyente.

Esta necesidad de “construcción colectiva” se vuelve mucho más importante si el tema a discutir es en torno a la economía. Nada podría ser más equivocado y peligroso que dejar esta discusión solo en manos de los economistas, pues la economía no es una ciencia exacta, sino una creación ideológica que se expresa en una narrativa y que normalmente, refleja un pensamiento dominante.

Cada día es más evidente que aquellas famosas “leyes del mercado” no son más que decisiones sociales que favorecen una u otra visión. Ya sabemos claramente que los mercados se estimulan o se desestimulan, dependiendo de intereses particulares y no de leyes matemáticas. También sabemos, gracias a las investigaciones sobre la economía de la conducta, que las decisiones en este campo no responden a la “ley del mayor bienestar”, sino a procesos mentales que no necesariamente son racionales.

En este sentido la respuesta que demos a la crisis estará también marcada por posiciones ideológicas y de allí la importancia de una discusión amplia que permita apartarnos de prejuicios para encontrar la mejor salida

Estoy convencido que para muchos países no hay ninguna posibilidad de superar la crisis sino es con una enorme inversión del sector público. Por decirlo en términos académicos, “para salir de esta crisis se necesita volver a Keynes”.

Pero este planteamiento encuentra de entrada una resistencia fundamental: La tradición neoliberal que nos han “impuesto” por más de medio siglo y que sostiene que el estado debe reducir el gasto para ser un facilitador de la inversión privada

Afortunadamente ya existen suficientes investigaciones que nos permiten entender bajo la perspectiva que da el largo plazo, algunas de las falacias que se han ocultado detrás de esa narrativa neoliberal.

Este tema ha sido abordado ya desde hace un tiempo. Algunas de las reflexiones aquí expuestas las tomo del brillante libro de la economista Mariana Mazzucato: “El valor de las cosas”.

La justificación teórica sobre la cual se formula la reducción del gasto público es que, al tomar esa decisión, los estados afectan positivamente el Producto Interno Bruto. Sin embargo, tal y como se demuestra ahora, si bien el efecto sobre el PIB lucía positivo en el corto plazo, la evidencia en el largo plazo es que los resultados han sido francamente negativos.

Pero también esta teoría parte de un sistema contable que erróneamente tiende a considerar la inversión pública como un gasto, sin entender el agregado de valor que ella conlleva. Por ejemplo,

considerar las inversiones públicas en educación, o en el desarrollo de la innovación, o en medio ambiente como “un gasto”, es una manera bastante sesgada de entender el concepto de inversión.

De esta manera se estaría negando, por ejemplo, el enorme valor que se ha generado a partir del desarrollo de innovaciones tan importantes como el Internet, el microchip u otros miles de inversiones financiadas en casi su totalidad con fondos públicos. Que estas innovaciones hayan sido posteriormente “privatizadas” por algunas empresas que se han vuelto multimillonarias, es tema de otra discusión. Lo que es innegable es el valor económico y social que estas innovaciones han entregado un enorme valor a la sociedad y que ese valor tiene sus raíces en fondos públicos.

El otro tema es la creencia también bastante infundada que los impuestos disminuyen el crecimiento económico. Esta falacia que nos han vendido con una retórica bien estructurada, ahora también a la distancia del largo plazo, comienza a mostrar sus debilidades. Para ello basta con revisar las investigaciones de Zucman y Saez, o simplemente comparar el estado de la economía norteamericana en el año 1952, con una de las tasan impositivas más altas de su historia, con la actual.

Ahora entendemos que los altos impuestos no tienen que ser malos para la economía, sino que, por el contrario, se hace cada día más evidente que el capitalismo funciona mejor con altos impuestos, aun descontando el desperdicio de algunas malas política, que ocurren independientemente de si los impuestos son altos o bajos. La calidad de vida de los europeos del norte que tienen las tasas impositivas más altas del planeta, es un claro ejemplo de este planteamiento.

Estas posiciones que cada día reciben mayor atención no puedes ser desprestigiadas bajo la calificación superficial y tendenciosa de “populismo”. Pretender presentar esta visión de la economía como “populismo” es una crítica tendenciosa que quizás busca ocultar lo que las investigaciones están señalando. El populismo es algo completamente distinto que tiene en su base ideológica, la idea de empobrecer para dominar y dar para controlar.

Pero ha pasado mucha agua bajo el rio desde los tiempos de Keynes y su estrategia de generar empleo para salir de la crisis. No se trata de una aplicación tajante de sus teorías. Si bien hará falta una fuerte inversión gubernamental en infraestructura (carreteas, puertos, represas, aeropuertos, etc.) para generar empleo y reactivar la demanda, esa infraestructura ya no es simplemente construcción en cemento. Debemos intentar ser más osados y ampliar el concepto de infraestructura al de “infraestructura humana”. En otras palabras, activar la demanda a partir de favorecer inversiones dirigidas al ciudadano.

Para ello debemos evaluar con rigurosidad las áreas donde estamos rezagados como sociedad e invertir en el desarrollo de esas capacidades. Pensemos en el rezago que tenemos para enfrentar la nueva era tecnológica. Combinemos esto con el enorme desempleo juvenil que azota Latinoamérica. ¿Qué tal si le pagamos a los jóvenes se formen en estas áreas? Si, lo digo bien PAGAR. Pero voy más allá PAGAR en relación con las dificultades y los resultados.

Pero no me limito a las áreas técnicas pues eso es un número relativamente pequeño de personas. Podemos hablar de formación practica y rápida en otras áreas de rezago como, por ejemplo, la

relacionada a la llamada “economía del cuidado”, que abarca trabajos como cuidado de los niños, de adultos mayores, madres lactantes, salud preventiva, deportes, etc.

Existen otras áreas donde direccionar la inversión publica (no es gasto, es inversión) que son completamente necesarias para crear las condiciones que permitan a la ciudadanía en general y no solo a los más privilegiados, a aprovechar esta nueva era tecnológica. Inclusión digital, emprendimiento, innovación, educación financiera

Tres elementos me parecen claves para que un plan de reactivación económica a partir de la inversión en “Infraestructura humana” tenga mayores posibilidades de éxito. Lo primero, una alianza público-privada donde se determine con el sector privado las necesidades en los próximos 3 años. EL sector privado debe involucrase en el diseño formativo o inclusive que lo haga la propia empresa privada y si es posible, que invierta en la formación de los fumadores bajo la promesa que el pago a los alumnos lo hace el estado, mientras que la empresa se compromete en emplear las personas formadas.

Lo segundo es el uso de medios digitales y tecnológicos tanto para la enseñanza como para la distribución de los pagos a las personas. De esta manera se puede reducir la corrupción. Y lo tercero, es que los planes deben ejecutarse en espacios territoriales limitados, tales como alcaldías o gobernaciones

Cómo y en qué se deben utilizar los recursos que el estado estará forzado a invertir para salir de esta crisis postpandemia, será el producto de decisiones políticas. De allí la importancia de asegurarnos que esas decisiones sean una construcción colectiva. Pero debemos estar atentos y no permitir que nos encasillen en la vieja discusión entre derechas e izquierda. Este absurdo encajonamiento del pensamiento en comunismo o capitalismo será un obstáculo que tenemos que sortear para avanzar.

Así como las ideas neoliberales tomaron fuerza a partir de la crisis petrolera de los años 70, esta nueva mirada al rol económico del estado parece también comenzar a ganar terreno. El mismo Friedman, padre del neoliberalismo planteo que “solo una crisis real o percibida, produce un cambio real. Cuando se producen esas crisis, las acciones que se toman dependen de las ideas que están por allí”, pues bien, ahora parece que efectivamente hay nuevas ideas por allí.

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